Regina Navarro
A veces aparecen desnudas frente al objetivo, son autorretratos y muestran algo más que un cuerpo de mujer desprovisto de vestuario. La mayoría no siguen las proporciones áureas, ni se rigen por los cánones férreos de una delgadez despojada de sinuosidad. Otras permanecen detrás de la cámara. Disparan y captan una cierta evolución, sus problemas, una sociedad que no les gusta o una vivencia personal. Esas composiciones costumbristas, que a veces hieren sensibilidades, están listas para ser reveladas y colgadas en las paredes de las galerías más conocidas de la ciudad o del país.
ANA POSA
Ana posa desnuda de la mano de su abuela. Ella también lo está. Ana está seria, su abuela sonríe, parece haberse liberado de una carga. Esa imagen, forma parte de Album, uno de los proyectos que la fotógrafa realizó durante catorce años, y en el que busca los orígenes y la identidad de una mujer, ella misma. "El trabajo nació de unas fotografías que había tomado mi abuela durante mi infancia, cuando vivíamos en Viena. En esas imágenes había una parte esencial de mi vida y necesitaba descubrirla". Surgieron así sus primeras investigaciones, las que la llevaron a completar el ciclo pictórico que había iniciado su abuela con nuevos retratos en los que ambas estaban presentes.
Los proyectos de Ana giran en torno a la idea del descubrimiento y a la evolución, tanto física como psicológica, a los cambios que nos llevan a convertirnos en quienes somos. Ella explora esos resquicios desde una visión femenina y feminista, según han catalogado muchos sus trabajos. En ellos hay desnudez explícita, la de un cuerpo desprovisto de ropa, e implícita, la de una persona que se descubre metafóricamente ante el objetivo. Y un discurso que habla de problemas cotidianos y de cómo la sociedad no quiere mirarlos como son en realidad.
ISABEL TALLOS
El estudio se ha ido transformando poco a poco en su casa, en un rincón-refugio en el que vive y fotografía a partes iguales. A fin de cuentas, colocarse delante y detrás del objetivo son dos acciones que viene desarrollando de largo. Es complicado adivinar su edad mientras se encierra en esas cajas que fabrica ella misma. Luego baja la mirada, se cubre de telas o mira desafiante justo al centro de la lente. El resultado son una serie de autorretratos que se amontonan sobre las sillas o que en algún momento lo hicieron.
Isabel acaricia la treintena mientras sonríe desde el fondo de un sofá bajo. Ella quería ser pintora y por eso decidió estudiar Bellas Artes. Pero el desencanto típico de quien busca identificarse con su arte, al margen de las tendencias, la llevó a descubrir la fotografía. Encontró de ese modo una nueva forma de mirar a la realidad y "un espacio en el que podía hacer cualquier cosa. Además, descubrí que toda nuestra memoria y nuestra realidad está basada en fotografías". Empezó a experimentar con la realidad y un imaginario que se escapa de la ficción cinematográfica. Así nacieron sus mujeres que levitan y muestran un mundo etéreo.
ARVIDA BYSTROM
Las cerca de 2.000 publicaciones de su cuenta de Instagram en tonos pastel se ha convertido en uno de los portfolios feministas más comentados de la red. Con opiniones a favor y en contra del arte de la joven sueca con residencia en Los Ángeles, las fotografías de Arvida hablan de mujeres, de sus cuerpos, de sus cambios fisiológicos y de una sexualidad, según explica ella, exenta de erotismo.
Su definición de la belleza, que defiende como algo abierto a los cambios, y un feminismo arraigado en su modo de enfocar el mundo la han llevado a desterrar imágenes que resultan dañinas y opresoras para la mujer. "Pensé mucho al respecto, pero de alguna manera descubrí que podría ver el mundo de manera diferente a como lo hacían otras personas", explica.
Ella pertenece a una corriente de jóvenes fotógrafas que han utilizado las redes sociales para reclamar igualdad. Instagram les ha servido no solo para darse a conocer, sino para ponerse en contacto entre ellas y hacer trabajos juntas
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